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Por Rodolfo Rey Blanco

Ser una empresa B: la mirada del triple impacto

A principios de junio, Sistema B Argentina dio a conocer, a través de sus redes sociales, una cifra alentadora: ya eran 4.000 las empresas que habían obtenido la certificación B alrededor del mundo. Referentes de 153 industrias diferentes, estas empresas pertenecen a 77 países y emplean a 280 mil trabajadores. 700 de esas compañías pertenecen a la región de América Latina.

En la Argentina, 100 empresas habían sido certificadas hasta 2020. Para fines de junio de 2021, 39 nuevas empresas habían obtenido la certificación mientras que muchas más aún están pendientes de aprobación. De acuerdo a estimaciones de Sistema B Argentina, se espera que, para fin de año, el número total de empresas certificadas a nivel nacional ascienda a 200.

Las cifras publicadas por Sistema B responden tanto a la búsqueda de una mejora en el modelo de negocios de las empresas como al desarrollo de estrategias vinculadas al impacto social, económico y ambiental. Aunque no todas las empresas que persiguen esta certificación logran conseguirla, el camino que recorre cada una de ellas es muy enriquecedor y desafiante.

“Muchas veces, la certificación no es el último objetivo de las empresa – explica Cecilia Peluso, CEO de Limpiolux S.A., una organización que ofrece servicios de Facility para empresas y organizaciones. Cuando empezamos con este tema, lo importante para nosotros no era tanto la certificación sino el proceso de aprendizaje hasta llegar a ella”.

Además de ser la referente de su compañía, Peluso también es presidenta del Consejo Empresario de Sistema B Argentina y co presidenta de Sistema B Argentina, junto a Pedro Friedrich. Este rol conjunto se condice directamente con los lineamientos y objetivos de la certificación B. Se refiere a un modelo innovador dentro de las organizaciones más tradicionales que persigue la complementariedad en edad, género y experiencia.

El camino B

Pertenecer al ecosistema B tiene grandes beneficios para las empresas. El camino B y el proceso de transformación hacia la mirada de triple impacto genera un cambio cultural profundo en las compañías”, indica Peluso. Pero, además, es fundamental que quienes eligen esta alternativa tengan ganas de aprender y estén altamente motivados para crear un impacto positivo en la sociedad y el medio ambiente.

De acuerdo a la experta, las personas deben estar motivadas para generar una transformación tanto personal como al servicio de la empresa. Según dice, el mayor beneficio de llegar a la certificación es el proceso de aprendizaje, que incluye análisis de cuantificación, estándares e indicadores. “Siempre decimos que lo que no se mide, no se gestiona”, destaca.

Lo primero que debe hacer una empresa que quiere emprender el camino B es una medición a través de una herramienta online, gratuita, confidencial y de libre acceso. Mediante esta evaluación la compañía puede reflexionar sobre todas las iniciativas que lleva a cabo en relación a sus productos, servicios y actividades, que también estén vinculados al medio ambiente, trabajadores, comunidad, gobernanza y clientes. Esta metodología pone sobre la mesa las vulnerabilidades de cada empresa y cada actor decide, luego, si mantiene su forma de trabajo o elige cambiarla en función de los desafíos que exige la nueva economía.

Luego de decidir el camino de certificación, uno de los requisitos fundamentales es la ampliación del deber fiduciario de las empresas para incluir los intereses no financieros. “Esto quiere decir que las empresas elijan rendir cuentas de sus resultados económicos y de la medición de impacto social y ambiental de cara a los stakeholders”, detalla Peluso.

Otro de los requisitos principales es aplicar a un modelo de negocios, que puede migrarse o transformarse para tal fin. “Todo eso forma parte de una decisión muy genuina que parte del corazón y la mente de las personas” -sintetiza Peluso-.

Comunidad y beneficios

Tanto las compañías que reciben la certificación B como las que están por recibirla ingresan en una comunidad de líderes empresariales donde se desarrollan cadenas de valor y empieza una escalada de impacto positiva. Allí, se generan vínculos con personas que persiguen un mismo propósito y que utilizan los negocios como la fuerza necesaria para solucionar problemas sociales y ambientales. Es decir que se generan buenos negocios con foco en los aspectos económico, social y ambiental. Además, el ecosistema B es una fuente de inspiración para mejorar el impacto de la empresa tanto de forma individual como interdependiente. “Es formar parte de algo más grande que tu negocio y de convertirnos en agentes de cambio. No se trata de que nuestras empresas sean perfectas sino mejores para un mundo más inclusivo, integrado, diverso y equitativo”, subraya Peluso.

 Pero, además de pertenecer a una comunidad cuyos actores persiguen los mismos objetivos, a través de la certificación B las empresas pueden proteger su misión. Esto se establece en el estatuto de cada compañía y se suma el compromiso de entender que el desempeño económico va de la mano del social y ambiental en igual medida. “Desde el punto de vista de la Argentina creemos en la interdependencia y el trabajo colaborativo. El COVID nos mostró lo que podíamos hacer, nos trajo resiliencia y la responsabilidad frente a todas nuestras acciones, que impactan en los demás de forma directa”, reconoce la CEO de Limpiolux S.A.

Otro de los beneficios de ser empresa B es que se crean condiciones políticas, culturales e institucionales que pueden gestar una nueva economía inclusiva y regenerativa. En este sentido, la comunidad B se propone funcionar como un vehículo para crear política pública que brinde una mayor certeza para que las empresas puedan operar y promueve comunidades, ciudades y academias B e iniciativas masivas y públicas que concientizan, forman y crean agentes de cambio. Es decir que este ecosistema de colaboración extrema invita a empresarios, emprendedores, académicos, inversionistas y líderes de opinión a actuar en red.

En el ámbito local, Sistema B Argentina está promoviendo la difusión para la sanción de la ley sobre Sociedades de Beneficio e Interés Colectivo (BIC), con el fin de darle identidad y reconocimiento a las empresas que llevan adelante un modelo de negocio enfocado en la generación de valor económico, social y ambiental. “Lo hacemos para promover el cambio de las empresas no solo a través de su estatuto sino también a nivel público”, explica Peluso. Y agrega: “La transformación se puede acelerar a través de un marco normativo, legislativo y regulatorio que sea favorable a la nueva economía”.

Trascender fronteras

Si bien Sistema B Argentina trabaja en la planificación estratégica con la hoja de ruta de la casa matriz, tiene su propia agenda debido a que la idiosincrasia y las comunidades locales son distintas. El Consejo Empresario es una de esas iniciativas que surgió en la Argentina y se replicó a nivel regional. Luego, llegaron sus pares de Colombia, Uruguay y Chile. Además, desde el mismo consejo está la iniciativa del Consejo Empresario Regional, que se fundó el año pasado. Se trata de un espacio conformado por 35 empresas que buscan escalar el mainstream, algunas de las cuales están certificadas y otras no.

Y es este sentido de responsabilidad compartida el que logró que 4.000 de todo el mundo ostenten la certificación B. “Buscamos que sean muchas más y esperamos que la integración de los ejes económico, social y ambiental sea natural en el futuro y no tenga que significar una herramienta adicional para transitar hacia esta nueva economía regenerativa que camina sobre la solución ante las desigualdades. Hay un sentido de urgencia, desigualdad social y crisis climática enorme, así que no nos queda mucho para pensar, hay que hacer. Esta es una fiesta del cambio mundial en la que todos estamos invitados a participar”, concluye Peluso.

Movimiento B


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