Fuente: TRENDSITY
Obtener la certificación B implica muchos beneficios a nivel estructural pero también requiere de determinados compromisos, obligaciones y, en ocasiones, grandes cambios. El desafío de repensar las formas de hacer negocios y despertar el interés y compromiso de los empleados, stakeholders y clientes.
Por Rodolfo Rey Blanco
Es innegable que, durante las últimas décadas, la sustentabilidad supo encontrar un lugar de privilegio en las agendas de casi todas las empresas a nivel mundial. Alineadas con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU, muchas de estas compañías fueron posicionándose como referentes de triple impacto y de políticas sustentables.
Con el tiempo, llevar a cabo iniciativas de estas características y crear áreas que las nuclearan significó desarrollar nuevas formas de trabajo y de relacionamiento con los factores internos y externos de cada organización. Para muchas, este tipo de acciones despertó el interés por nuevos compromisos, que supusieran un diferencial en la forma de hacer negocios y de sus resultados. La certificación B surgió, entonces, como respuesta a estas necesidades.
“El concepto de empresa B nació en Estados Unidos, hace 15 años, como forma de identificar a las organizaciones que, desde su negocio, colaboraban a modificar situaciones sociales, económicas y ambientales. Es un concepto evolutivo de la mirada de la RSE”, explica Francisco Murray, director ejecutivo de Sistema B, organización que otorga la certificación y nuclea a todas las empresas que la obtienen.
De acuerdo a estimaciones de Iván Buffone, uno de los socios directores de la consultora en sustentabilidad Business & Sustainability (BS), existen más de 130 empresas certificadas en la Argentina y unas 2.000 que están en ese proceso, a pesar de que el conocimiento de este tema es aún “incipiente y superficial”. Muchas de estas organizaciones son pymes o start-ups jóvenes que optaron por convertirse en empresas B desde su origen. Pero también participan empresas más tradicionales, que fueron creadas cuando los conceptos de triple impacto, sustentabilidad y RSE aún no aparecían en las agendas corporativas.
El desafío de reinventarse
“Ser una Empresa B implica medir y evaluar el impacto de gestión y, como consecuencia, llevar a cabo un arduo trabajo de recopilación de datos -destaca Agustín Mostany, gerente general de Aguas Danone. Esta certificación desafía a las compañías a mirar hacia adentro y a medir el impacto de las operaciones diarias y el modelo de negocio para construir una mejor empresa”.
Y es justamente el “mirar hacia adentro” uno de los desafíos más complejos y demandantes para las empresas tradicionales. “Cuando tenés miles de empleados es necesario trabajar culturalmente para que ellos se adueñen del producto. Si la empresa lleva a cabo acciones e iniciativas que involucran el afuera, eso también tiene que estar acompañado de una cultura interna. Los mayores desafíos para este tipo de organizaciones se relacionan con la visión de la compañía y con permear los procesos formales con indicadores”, indica Federico Gómez Guisoli, director ejecutivo de la consultora Kolibri que, al momento de certificar, fue la segunda empresa argentina con mayor puntaje (137 puntos de un total de 200) y Top 10 de Latam.
Mariela Mociulsky, CEO de la consultora Trendsity, que está en pleno proceso de certificación, coincide: “En el caso de las grandes empresas, se requiere un mayor esfuerzo para que toda una organización pueda adaptarse y responder al triple impacto de manera genuina y con adhesión de todas las personas que la componen. Además, implica un proceso de transformación cultural y de repensar y reinventar el modelo de negocio para que sea de triple impacto”, reflexiona.
Gire, que tiene a Rapipago como una de sus principales unidades de negocio, es una de las compañías que se enmarca en este esquema. Con más de 25 años en el mercado y 1.200 empleados, fue reconocida como empresa B en agosto de 2019, pocos meses antes de obtener la certificación LEED Gold por su flamante edificio corporativo, en el polo tecnológico de Parque Patricios. Si bien Gustavo Gómez, CEO en ese momento, estaba familiarizado con Sistema B y trabajaba en consonancia con el área de RSE, uno de los mayores retos fue convencer al equipo de Gobierno Corporativo.
“Fue una etapa de mucha sensibilización e inspiración en la cual compartimos los beneficios de ser una empresa B y lo sustentamos con el propósito de ser la primera compañía del rubro financiero en certificar”, explica Adrián Barreto, gerente de Sustentabilidad y Comunicación Corporativa. Gracias a esa iniciativa el equipo de Gobierno se convirtió en una suerte de sponsor-vocero y sus miembros en difusores de la certificación y empoderadores de los jefes y mandos medios para habilitar reuniones entre el área de Sustentabilidad y Sistema B.
Para Natura, empresa de más de 50 años que nació con una política sustentable basada en el cuidado de las personas y de la naturaleza, obtener la certificación B también estuvo cerca del directorio. Así lo sintetiza Paola Nimo, gerenta de Sustentabilidad de la filial argentina: “Desde el principio, tanto el Comité Ejecutivo como el Consejo de Administración de la empresa participaron del proceso. Tan es así que, para convertirnos en una corporación B, nos comprometimos con ellos de forma expresa a generar bienestar e impacto positivo. En Sistema B detectamos una oportunidad para reafirmar nuestro ADN en línea con el propósito de este movimiento: integrar los resultados financieros con la generación de resultados socio-ambientales y, de esta manera, redefinir el curso de los negocios”.
Cambio cultural
Sin duda, la valoración interna es una etapa trascendental a la que deben enfrentarse estas compañías, mucho antes de poder transmitirles a sus clientes y stakeholders su transición como corporaciones B. “El desafío de las grandes empresas es alinear a los líderes y trabajar en un proceso de integración de todos los equipos. Por eso, hay que diferenciar entre empresas nacionales con dueños y empresas globales con múltiples accionistas. Cuando se trata del primer grupo, uno puede sentarse a conversar con los que llevan adelante el negocio. En cambio, las organizaciones multinacionales requieren de más decisiones. Por eso, muchas no desean certificar porque tienen que modificar sus reglamentos y realizar muchos cambios”, destaca Murray.
Los 124 años de vida de Bodega Lagarde dan cuenta de ese trabajo mancomunado que también incluye la evolución, la reinvención y la difusión. “Para certificar debimos hacer mucho rastreo e investigación -subraya Sofía Pescarmona, CEO y co-propietaria de la bodega-. Luego de meses de estudio y de evaluaciones a nivel interno, comenzó la etapa de planificación, que se basaba en formalizar procedimientos no documentados, formar equipos y explicarle a cada empleado de Lagarde qué es Sistema B, para qué sirve y por qué nos interesaba certificar. Por eso, trabajamos mucho en la comunicación y generamos capacitaciones continuas. Fue importante que todos tuvieran claro que esto era un trabajo en equipo”.
Gabriel Marcolongo, CEO y fundador de Incluyeme.com, start-up que potencia la empleabilidad de personas con discapacidad, enfatiza que es esencial la comunicación y participación de los empleados. “En el momento de hacer onboarding y de sumar a alguien, hablamos sobre lo que significa ser una empresa B y el propósito, porqué lo somos y cuáles son nuestros potenciales clientes”. Además de ser una empresa con impacto social per se, Incluyeme.com posee un 40% de empleados con discapacidad y más del 70% son mujeres.
Es decir que, con el firme propósito de vincular los temas sociales, económicos y ambientales con sus respectivos negocios, las empresas apuestan por grandes cambios estructurales y legales. “Con la certificación B, nuestra misión socio-ambiental pasó a ser expresa en el estatuto de la empresa. Esto significó garantizar que el crecimiento de los negocios reflejara la razón de ser de la compañía: la generación de impacto positivo”, apunta Nimo. Gracias a esta apuesta, Natura se convirtió en la primera empresa B que cotiza en bolsa y, para su tercera recertificación (se lleva a cabo cada tres años), obtuvo 153 puntos.
Otro ejemplo es McCain, que tiene 70 años en el mercado mundial, 25 en el local y está en proceso de certificación. Si bien comenzaron con el road map hace dos años a nivel global, la idea surgió en la filial argentina de Balcarce. Su precursor, Agustín Giaquinto, gerente regional de Compras de Energía y Sustentabilidad, aspiraba a trabajar cada pilar de la empresa de forma holística bajo el paraguas de Sistema B. Entonces, hizo la propuesta a los directores corporativos y se encontró con que muchos ya tenían experiencia en el movimiento B y en sus beneficios. “Entendimos que la herramienta que nos ofrece Sistema B nos hacer crecer como compañía, dado que está desarrollada con un compendio de mejores prácticas a nivel sustentabilidad global. Asimismo, los directivos también buscan reflejos en las buenas prácticas de otras empresas certificadas. Se toma muy en serio y de manera prioritaria el cambio de mentalidad”, insiste Giaquinto.
Tanto la transición en los parámetros culturales de la empresa como la promoción del trabajo en conjunto y las modificaciones en los estatutos son consecuencia, en muchos casos, de miradas nuevas y más jóvenes pertenecientes a las generaciones Z e Y (millennials), que no solo buscan un lugar donde desarrollarse laboralmente sino también un espacio comprometido con causas sociales y el medio ambiente.
Mamotest es la primera red de telemamografías de Latinoamérica y, como reza uno de sus lemas, pertenece a un “movimiento que salva vidas”. Empezó a funcionar de la mano de Guillermo Pepe, CEO y fundador, en 2013. “Fui sumando personas jóvenes para que fueran socios de la empresa. Quería incluir sangre nueva para asegurarme de que fuera cultura en la organización. En la actualidad, ya no existe más el sistema piramidal, donde la decisión final era solo del jefe. Es clave para las empresas B hacer participar a los jóvenes. Este es el momento de transición. Las compañías que no vean que estamos agotando al mundo y necesitamos cambiarlo van a dejar de existir. La misma sociedad las va a dejar afuera y caerán por su propio peso”.
Según explica Buffone, la certificación B también ayuda en esa transformación cultural. “Los empleados de las nuevas generaciones piden otra cosa. La empresa no solo tiene que exponer su impacto social y ambiental para sus clientes sino también para sus recursos humanos. Ser empresa B es de fácil identificación y facilita la participación de un club que se impulsa”, sentencia.
Para Rodrigo Dos Santos, co-fundador de Infopan, una empresa que hace publicidad ecológica mediante bolsas de papel reciclable, pertenecer a esa comunidad de empresas que hablan de lo mismo es uno de los puntos más relevantes. “Ser parte de ese movimiento tiene un gran valor cualitativo -sostiene-. Es como la comunidad del anillo de Tolkien, donde cada uno aporta desde donde puede para construir una sociedad mejor”.
De acuerdo a Miguel Devoto, gerente general de Danone Specialized Nutrition, trabajar en conjunto y fomentar el intercambio es vital para las empresas B. “Nos moviliza el espíritu de crear valor social articulando y generando redes entre todos los actores que componemos el negocio. Nos comprometemos a ser verdaderos agentes de cambio, como promotores de la nutrición desde una perspectiva inclusiva y holística”.
En un mundo que, durante más de un año de pandemia, supo copar las mentes de empresarios y consumidores con cuestiones socio-económicas y ambientales que necesitan decisiones inmediatas, la certificación B es la tecnología de punta, que avanza a pasos irrefrenables y deja atrás todo aquello que supo ser regla y que, hoy, de a poco, se va convirtiendo en excepción.